jueves, 10 de abril de 2014

LA MUJER QUE QUISO SER PAPA

La elección de un Papa ya no sería la misma

Corría el año 822 cuando nació Juana, hija de un monje, la cual creció en un ambiente de religiosidad y erudición.

Por circunstancias de la vida dura de la época se vió joven y pobre, como que no quería prostituirse, se colocó un hábito de un sacerdote muerto por la peste y se dedicó a mendigar como un hombre. Juana, como era muy lista, se dio cuenta de que los clérigos que más ganaban eran los que se dedicaban a predicar la palabra de Dios en las plazas y en las iglesias de los pueblos.


Juana, inteligente y astuta, se transformó en un orador magnífico, hasta el punto que acudían gentes en pequeñas peregrinaciones para escuchar su palabra. Sus hábitos la confundían con un monje y ella nunca dijo ser mujer; su fama siguió creciendo y dicen los escritos que al cabo de un tiempo fue nombrada obispo y más tarde en Papa, concretamente en Juan VIII.


Durante algunos años, ejerció muy bien sus deberes papales pero que una vez, como mujer que era, sucumbió ante la belleza de un paje y a raíz de este hecho quedó embarazada. Estando a punto de dar a luz y habiendo durante todo el tiempo ocultado su condición femenina y su ingravidez, se dirigió con el "Anda Papal" a la Iglesia a celebrar la Fiesta del Corpus Christi. Quiso el destino que en aquel momento diera a luz. Existen varios finales diferentes de esta leyenda. En alguno se afirma que la Papisa Juana fue linchada en el lugar por la multitud, otro apunta que terminó sus días junto con su hijo en un castillo papal confinada de por vida y en otra versión de la leyenda se habla de que murió en la pobreza junto con su hijo.


La suplantación de Juana obligó a al iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico era el encargado de examinar los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada, acabada la inspección, si todo era correcto, se debía exclamar: “Tiene dos y cuelgan bien”.

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