Año 33 d.C, Ciudad de Jerusalém.
“Creo que era viernes y serían aproximadamente las seis de
la tarde. El día se había torcido de pronto, el cielo inesperadamente se cerró
y oscureció de una manera muy extraña, llovía incesantemente y se encontraba
todo completamente embarrado.
Efraín ejercía la labor de carpintero y herrero, aunque
allí era más conocido como el encargado de devolver los cadáveres de las
crucifixiones.
De forma inesperada acababa de llegar a su taller un tal
José de Arimatea, un completo desconocido que portaba un permiso del propio
Poncio Pilatos para que le ayudase a recoger un cuerpo, ya cadáver de un
ajusticiado al monte Gólgota.
Sin perder tiempo, cargó su mula con todos los aperos necesarios,
su maltrecha escalera y emprendieron el camino hacia el monte.
Cuando por fin consiguieron dejar atrás la gran cuesta que
predecía el monte y llegaron al Gólgota, Efraín pudo observar que se
encontraban en aquel lugar varias mujeres en torno a la cruz situada en la
parte más alta. Ninguna de estas se volvió ni le miró al llegar.
Mientras Efraín desataba las escaleras de la mula, se ponía
el delantal y cogía sus herramientas, apreció que se encontraba un letrero
clavado en la cruz, justo encima de la cabeza del crucificado.
Efraín apoyó la escalera en la parte trasera de la cruz y
empezó su tarea. Acto seguido cogió su martillo y comenzó a golpear el madero
por la parte de atrás y a la altura de los pies. Los bruscos golpes hacían que
temblara toda aquella estructura de madera y el cadáver allí clavado provocando que las mujeres que se encontraban alrededor se asustaran y se
desesperaran aún más en su larga e interminable espera.
De esta manera el clavo comenzó a salir por delante,
siempre con cuidado de no tocar el cuerpo sin vida del crucificado. Y así
consiguió sacar el primer clavo.
Enseguida las mujeres se acercaron a los pies del éste y
empezaron a limpiárselos y besárselos.
Nuevamente Efraín e subió a la escalera para intentar
liberar la mano derecha. Repitiendo el procedimiento anterior golpeó el clavo
hasta conseguir sacarlo totalmente.
Al vencerse su cuerpo por el peso Efraín observó que tenía
toda la espalda masacrada, no había visto nunca nada igual. Se habían ensañado
con él de tal manera que no conseguía explicarse como no murió en el mismo
momento al impartirle el castigo.
Contrariado, Efraín bajó de cruz sin poder apartar la
mirada de aquella ensangrentada espalda y dejó caer el segundo clavo junto al
anterior, en el interior de la pequeña saca que colgaba de la mula. Todos los
presentes permanecían en silencio, las mujeres sujetando el cuerpo por los pies,
José de Arimatea tirando del cuerpo del ajusticiado, y el herrero por última
vez se dispuso a subir a la escalera. Éste sería su tercer y último clavo, pero
surgió un problema , el tercer clavo tenía la punta doblada, además, la cabeza
del clavo se había introducido sobre la carne de su muñeca, por lo que
resultaría mucho más difícil su extracción.
Mientras el hombre intentaba enderezar la punta del clavo,
no pudo evitar mirar el rostro del
hombre crucificado. Apenas se podía apreciar los ojos de tanta sangre ya seca
que presentaba su frente y sus mejillas”
Observó que tenía parte de su largo cabello pegado a la
cara y enredado en una especie de ramas de espino que coronaban su frente, pero
a pesar de todo este martirio, su expresión era relajada, tranquila, como si
estuviese durmiendo y esperando a que alguien viniese a despertarle.
Efraín se encontraba muy tenso ante esta situación, sentía
un fuerte escalofrío por todo su cuerpo y su pulso tembloroso le impedía coger
bien las tenazas. Después de conseguir enderezar el clavo, lo golpeó para que
saliese por la parte contraria, pero al tener la cabeza del clavo incrustada en
la muñeca arrastró consigo parte de ésta. Entonces, Efraín quitándose el trozo
de gasa que llevaba en su frente a modo de turbante, lo colocó por encima de la
mano del crucificado para poder sujetarlo sin tener que tocarlo. El herrero,
deseoso de acabar puesto que estaba empezando a anochecer, cosa que le horrorizaba
enormemente que le sucediese en aquel tétrico lugar, optó por no bajarse de la
cruz e hizo de tripas corazón y puso su mano directamente sobre la del cadáver
para sujetarla mientras terminaba.
Al tocarla notó algo insólito, el cuerpo no se encontraba
tan frío y rígido, por lo que se tranquilizó y prosiguió con su tarea hasta
sacar el tercer clavo.
Allí permaneció quieto, como petrificado, mientras sus ojos
seguían fijamente el cuerpo de este hombre que empezaron a bajar lentamente.
Una vez en el suelo, José de Arimatea lo envolvió en una
enorme sábana de lino. Después con mucho mimo y con ayuda de las mujeres y de
otro hombre se lo llevaron".
Del libro de mi biblioteca “El Tercer Clavo” F.J Marber
He querido hacer esta pequeña
introducción porque parte de aquí el tema de mis siguientes posts, que estarán
dedicados a una polémica que levantó ampollas en la época finales de los años
70, sobre todo en el sector religioso y es que desde hace más de 2.000 hasta el día hoy, muchas personas
creen firmemente; esa teoría es que Jesús no murió en la cruz, que sobrevivió a
sus heridas, emigró hacia el Este en busca de las tribus perdidas de Israel,
comenzó una nueva vida y murió a una
edad muy avanzada de muerte natural a la edad de 80 años.
Os llevaré al Siglo I, a un lugar y
momento de la historia en la todo el mundo conoce.
Os relataré todas las claves de
esta teoría, que seguros os sorprenderán y que cada uno se forme su propia opinión.
continuará.............
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