El 15 de Julio de 1937, en
plena guerra civil española, en Murcia, la guerra vivía sin grandes
sobresaltos alejados de las encarnizadas contiendas del momento.
Pero un trágico suceso
marcaría a la población murciana de Cieza.
Un hecho que a pesar de la
importancia de lo sucedido quedaría en el olvido por el conflicto bélico que se
estaba librando, pero que quedó marcado en las retinas para siempre de aquellos
que lo vivieron.
Aquella calurosa tarde de
verano, partía desde la estación ferroviaria de Cartagena en su regreso el tren
correo Madrid-Cartagena, en un intento de evitar los continuos bombardeos
nocturnos a trenes llevados a cabo por la aviación enemiga para evitar la
llegada de nuevos refuerzos a los campos de batalla y suministros alimenticios.
A la par, otro convoy militar
formado por un gran número de camiones cargados con munición, bombas de
aviación y material de campaña realizaba paralelamente un itinerario similar
por carretera y con el mismo destino, Madrid.
El tren correo, salvo algunas
paradas previas continuó su marcha a toda prisa ante la temible aviación
enemiga.
Va cayendo la noche y el
convoy militar sigue su itinerario también atravesando pueblos con su carga
letal sin saber que la muerte ya les acechaba.
Cerca de la media noche, los
habitantes de la ciudad descansaban en sus hogares sin saber lo que en breve
les deparaba, algunos vecinos fueron testigos de aquel paso de convoyes por
Cieza, que asombrados vieron como atravesaban toda la ciudad.
Uno de ellos cuenta su
testimonio: “ como verlos pasar por calle Mesones, y que en un
punto, uno de esos camiones a su paso por el convento se detuvo, desviándose entre
las calles ciezanas”.
Los militares decidieron
parar en busca de una taberna para la compra de una botella de licor y así
hacer más llevadero el viaje.
Preguntaron a uno de los
transeúntes y a su paso este amable vecino decidió acompañarles a la taberna
cercana “ El bar de Isidoro”, en la calle San Sebastián.
Una vez ofrecida la botella
de ron por el tabernero, los militares la abandonaron a toda prisa para dar
alcance al resto del convoy que continuaba su marcha, incluso sin esperar la
vuelta del aquel billete con el que pagaron.
Cargados de munición y bombas
pusieron rumbo a toda velocidad por la calle Mesones para proseguir con su
ruta, continúan su recorrido pero el conductor en su ansia por alcanzar al
resto del convoy se equivoca y toma por el error dirección a “Cuesta de la Villa ”, este, percatado
por el error, da un giro brusco para corregir la dirección, esta vez tan solo
unos centímetros les libró de encontrarse con esa mortífera carga y la acera de
viviendas que allí había. Un accidente que se habría cobrado la vida de cientos
de vecinos que en ese momento descansaban en el interior de sus viviendas.
Al mismo tiempo, en la salida de Cieza, junto al paraje conocido como “El Judío” se
encontraba el paso que separaba las vías férreas. El resto del convoy militar
cruzó las vías sin problemas y continuó su marcha hasta Madrid, minutos más
tarde, Juan Antonio Teñez Salinas, guardabarreras del cruce, se disponía a
colocar la segunda de las cadenas que atravesaba la carretera para detener el
tráfico rodado dando paso así al tren correo.
De golpe, apareció aquel
retrasado camión militar. Cuando finalmente el conductor detuvo su vehículo por
frenada al percatarse de la luz roja que portaba el guardabarreras, pero fue a
parar sobre las vía del tren, esto hizo que se desencadenase una gran discusión
entre los militares y el guardabarreras, el cual se negaba a dejarles pasar
hasta que lo hiciese el tren.
Entre gritos e insultos y el
ruido del camión olvidaron su posición, un error fatal, el tren correo
Madrid-Cartagena apareció de repente y sin margen para reaccionar. Este,
chocaba contra el camión a toda velocidad.
El silencio de toda la
comarca se vio truncado por ruido de la gran explosión. Una espeluznante choque
agravado por la detonación de todas las cargas que importaba aquel camión
haciéndolo volar literalmente por los aires y casi desintegrándolo por
completo. La locomotora volcada, parte de los vagones fuera de las vías
alcanzado por esa metralla, gritos, lamentos y muerte. Una agonía agravada por
la noche de aquellos heridos que aparecían conmocionados.
Tal fue la honda expansiva
que muchas viviendas cercanas sufrieron rotura de cristales en las ventanas e
incluso en la propia Cieza.
Rápidamente vecinos y
autoridades se personaron en el lugar del accidente para socorrer a los
heridos, muchas incluso de poblaciones cercanas de Albacete y Alicante.
Testigos describieron el
lugar como el mismísimo infierno, algo que sin duda quedaría grabado en sus
retinas para siembre.
Narrado el testimonio de
algunos que socorrieron a los heridos, sobre la angustia del maquinista,
atrapado entre los amasijos de hierro pidiendo ayuda quemado por el agua
hirviendo de la propia locomotora.
Al amanecer, con los primeros
rayos de sol, fue realmente cuando se pudo ver la magnitud del suceso. Restos
humanos y del camión esparcidos a varios metros a la redonda del lugar del
accidente. Todo quedó arrasado, la caseta del guardabarrera, una escuela
próxima y parte de algunas viviendas cercanas.
Un recuento de las víctimas
efectuado al amanecer por las autoridades in situ habló de cinco muertos y
ciento un heridos, pero que jamás se supo la verdad de la totalidad de muertos
y heridos ya que los testigos presenciales del accidente aseguran que el número
fue mucho mayor.
Un hecho trágico tan
importante y que quedó en el olvido, quizás por la situación que atravesaba el
país por la guerra, o quizás, por algún otro motivo oculto.
Fiat Lux.
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