En
1747 nace en Liérganes (Santander) Francisco de la
Vega Casar , el segundo de cuatro hermanos,
desde niño apuntaba excelentes dotes para nadar, siempre estaba pesando en el
río. A los 15 años de edad su madre enviuda y Francisco es enviado a Bilbao
para aprender el oficio de carpintero, dos años más tarde en vísperas de San Juan de 1764 junto con unos amigos
deciden ir a bañarse a la ría. El joven se desnudó, entro al agua y comenzó a nadar
río abajo hasta perderse de la vista de sus compañeros.
Al
ser un excelente nadador sus amigos no temieron por él hasta pasadas una horas,
al ver que no regresaba le dieron por muerto.
Pasaron
cinco años cuando unos pescadores de Cádiz, que se hallaban en alta mar, vieron
lo que parecía una figura humana, cuando se acercaban esta se sumergía,
desconcertados volvieron a salir en su busca al día siguiente, le arrojaron pan a cierta distancia, lo
suficiente para ver que este ser lo cogía con las manos y se lo comía.
Empeñados en darle pesca lo atrajeron con pan hasta un laberinto de redes y
lograron capturarlo. Cuando lo subieron a cubierta comprobaron asombrados que
el extraño ser parecía un hombre joven, fuerte pero sobre su piel aparecían
pequeñas escamas desde la garganta hasta los pies, otra por detrás le cubría
hasta el espinazo y uñas gastadas.
Fue
llevado al Convento de San Francisco, le hicieron muchas preguntas en varios
idiomas pero no respondió a ninguna ni se le oyó pronunciar palabra. Los
frailes llegaron a la conclusión que debía estar poseído por algún ser maligno
(por aquella época existían este tipo de creencias y estaba vigente la Inquisición ).
Día
más tarde pronunció: “Liérganes”.
Este
suceso corrió como la pólvora pero nadie encontraba una explicación hasta que
un montañero que trabaja en Cádiz comentó que por sus tierras había un lugar
que se llamaba así. Un sacerdote confirmó la existencia de Liérganes,
perteneciente al arzobispado de Burgos. Con este indicio se pidieron noticias
al pueblo, de allí respondieron que no había ocurrido nada extraordinario salvo
la desaparición de Francisco de la
Vega mientras nadaba en el río pero que esto sucedió cinco
años atrás.
Juan
Rosendo, fraile del convento, deseoso de saber si el joven que había sido
sacado del mar era de la Vega
se encaminó con él hacia Liérganes.
El
camino se hizo largo y silencioso, una vez entrados en el pueblo se dirigieron
a la casa de María, su madre, quien le reconoció inmediatamente como su hijo al
igual que lo hicieron sus hermanos.
En
casa vivía tranquilo, siempre iba descalzo, si se le daba ropa se vestía sino
iba desnudo. No hablaba, sólo de vez en cuando pronunciaba las palabras “tabaco”
“pan” o “vino” para después ni fumar, ni comer ni beber. Cuando comía se ponía
hasta las botas para luego pasar cuatro o cinco días sin comer. Era un buen
joven y bastante servicial, mostraba indiferencia, hacía de chico de los
recados siendo bastante puntual y silencioso. En una ocasión le enviaron a
Santander para entregar una carta y no hallando el barco que hacía la ruta se
arrojó al mar y pasó a nada una legua que había de travesía hasta el
embarcadero de destino, entregó la carta y tomo el mismo rumbo de regreso.
Todo
parecía ir bien para Francisco hasta que un buen día, al cabo de nueve años se
metió de nuevo en el mar para no volver a aparecer nunca más.
Fiat Lux.
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