A
comienzos del S. VII, mientras Europa atravesaba un oscuro periodo de regresión
económica y social, en las ardientes arenas del desierto de Arabia, el profeta
Mahoma fundaba una nueva religión: el Islam, cuyos seguidores llegaban en el 732 a Europa.
Esta
fulminante expansión puso en peligro la Cristiandad. Ya
ocupaba Palestina, Siria, Egipto, el Norte de África y casi la totalidad de la
península ibérica.
Alejo I,
emperador de Bizancio, sabía que todos desean ocupar sus dominios, su hermosa
capital, su trono y su corona: Constantinopla, la última gran ciudad romana. Al
este, la caballería turca selyúcida avanzaba hacia sus dominios, Alejo no tenía
suficientes soldados para hacer frente a la bestia, esta vez, las cruces no podrán
frenar a quines portan el Corán en sus manos.
Alejo I
escribió al poderoso Papa de Occidente y le pidió ayuda en nombre de toda la
cristiandad. El Papa ya tenía la excusa perfecta para luchar contra el infiel y
la idea de unir a todas las naciones cristianas de Europa bajo un único
estandarte y esa carta llegó en el momento más adecuado, como si hubiera caído
del cielo.
Urbano
II, Papa de Roma, quien mejor que él para liderar esa unión de infantes, reyes
y caballeros contra los enemigos de Dios, declaró la primera de las muchas
cruzadas que le siguieron.
En el S. IX, en plena época
oscura, se anunció que todo cristiano que muriera en defensa de su fe iría
directamente al Cielo. De ahí surgió la
idea de la defensa y expansión del cristianismo por la fuerza de las armas. A
esta forma de resistencia se le llamó Cruzada.
En el año
1063, el Papa Alejandro II concedió indulgencia plena, es decir, el perdón de
todos los pecados y la ascensión directa al Cielo a todos los cristianos que
combatieran contra el infiel, y ya sabemos que en la
Edad Media , todo era pecado.
La idea
de conquistar las tierras ocupadas por el Islam, especialmente Jerusalén, era
la obsesión del papado, la realeza y nobleza europea. Así fue como el 27 de
noviembre de 1095, a
las afueras del la cuidad de Clermont y ante un multitud eclesiástica, nobles,
caballeros y pueblo llano, como si de un multitudinario concierto de rock se
tratara, el Papa Urbano II hizo un llamamiento a la Guerra Santa para recuperar los
Santos Lugares:
“Guerreros cristianos, armados con la
espada de los
macabeos e id y mereced la recompensa
eterna. Si triunfáis
sobre vuestros enemigos, los reinos
del Este os esperan. Si
os vencen, tendréis el honor de morir
en el mismo lugar que
Cristo, y Dios no olvidará jamás que os
halló en los santos
batallones.”
Urbano
II, falsas atrocidades que el pueblo musulmán estaba cometiendo, como la quema de iglesias, pero nada más
lejos de la realidad.
La
encendida proclama papal, tuvo éxito, y el entusiasmo se extendió a Alemania,
Inglaterra, Italia y España. Voluntarios de todos lo estratos sociales formaron
un ejército y adoptaron el símbolo de la Cruz en sus capas, de ahí llamados cruzados, y
pusieron rumbo a Jerusalén al grito de: “Dios lo quiere” “Dios lo quiere”.
El
pontífice estableció el día de partida señalado: la fiesta de la Asunción del año 1096.
Finamente
tras muchas penalidades el ejército cristiano se presentó ante las murallas de
Jerusalén el 7 de Julio de 1099, y después una semana de penoso asedio, se
lanzó el ataque definitivo.
Durante
toda la noche, los efectivos cruzados (unos tres mil caballeros y unos doce mil
infantes) lograron encaramarse a las murallas. Parar ello, rellenaron fosos,
aproximaron torres de asalto y hasta se lanzaron escalas, pero hasta el
mediodía del 15 de Julio no lograron subir a lo alto de la muralla. Los
primeros en el asalto fueron algunas tropas de vanguardia, a cuya cabeza estaba
Godofredo de Bouillon, que tuvo el honor de ser el primer cruzado que entró en
Ciudad Santa.
Finalmente,
tras abrir las puertas el grueso del ejército cruzado penetró en tromba por las
calles de la ansiada Jerusalén. La victoria fue aplastante, pero también una
gran matanza. Toda la población musulmana fue pasada a cuchillo.
El cronista Guillermo de Tiro lo narraba así:
“Sabed que en Pórtico de
Salomón y en su Templo nuestro hombres marchaban a los lomos de sus caballos y
la sangre de los sarracenos llegaban hasta las rodillas de los animales”.
Los
asesinatos en masa, violaciones y torturas acabaron con la población musulmana
de Jerusalén, incluidos mujeres y niños; total estaban perdonados.
Tras el
infernal fragor de la batalla, los grandes señores de la cruzada, extenuados y
polvorientos se postraron con devoción ante el Santo Sepulcro de Cristo. Sin
duda, aquel momento debió ser indescriptiblemente emocionante. La cruzada había
alcanzado su objetivo, a costa de muchas vidas claro.
La
conquista de Antioquía, Edesa y Jerusalén permitió a los cruzados consolidar
los nuevos dominios cristianos que incluían la mitad de Siria, Líbano y
Palestina. Estos territorios volvían a ser cristianos 475 después de su
ocupación por los musulmanes.
La toma
de Jerusalén despertó la euforia en la cristiandad. Miles de peregrinos querían
ir a visitar el lugar donde murió Jesucristo, y otros muchos querían
convertirse en señores de tierras y vasallos de oriente. Historiadores opinan
que el motivo de la primera cruzada fue puramente materialista y económico, una
aventura de expansión colonial para la creación de de bases en Oriente Próximo
que facilitasen el comercio con Europa, y por el Mediterráneo.
Se
libraron nueve cruzadas durante un periodo de 200 años.
Los
occidentales atacamos primero, y eso el Islam nunca lo perdonará, de hecho a
día de hoy sigue una cruzada entre Oriente y Occidente, solo que con otro
nombre y otros a motivos. Pero desde aquí vaticino, que la madre de todas las
cruzadas está por venir, porque no hemos de olvidar que Oriente también es
Rusia y China………..............y están cabreados.
Fiat Lux.
No hay comentarios:
Publicar un comentario