La
décima generación de los hijos de Adán había aumentado mucho, y entre ellos
mujeres muy bellas. Lucifer envío a algunos de su ángeles caídos para unirse
con las hijas de los hombres, de esta unión nacieron criaturas gigantes. Tenían
un apetito tan grande que Dios hizo llover maná de muchos sabores diferentes
para que no sintieran la tentación de comer carne ya que les estaba prohibida,
y para que no alegaran la escasez de cereales y hortalizas, pero estos comía
diariamente mil camellos, mil caballos y mil bueyes.
Fue entonces cuando Dios
decidió purificar la tierra y maldijo por ello al hombre a un límite de edad en
ciento veinte años.
Lucifer
había vuelto a plantar la semilla del mal en la Tierra.
Miguel, Gabriel, Rafael
y Uriel, le
dijeron a Dios que una perversidad como aquella nunca se había dado en la Tierra. Dios envió a Rafael a
que atase a Azael de pies y manos y lo llevó a la cueva
oscura de Dudael, donde se halla hasta el Día del Juicio Final. Gabriel y
Miguel encadenaron al resto en otras cuevas oscuras durante setenta
generaciones. Uriel se convirtió en el mensajero de la salvación que visitó a
Noé.
Dios decidió exterminar a la raza humana y a los gigantes enviando un
diluvio. Dios dejó en libertad las aguas de arriba y las agua de abajo destruyendo
a todos los hombre y animales. El ángel caído Shemhazai lloró amargamente por sus hijos porque aunque eran altos
los que no se ahogaran morirían de hambre. Posteriormente, Shemhazai se arrepintió, Dios se apiadó de él y lo colocó en el firmamento meridional,
entre el Cielo y la Tierra ,
pero con la cabeza abajo y los pies arriba y allí cuelga hasta el presente; es
la constelación llamada Orión.
En
esa época solo quedó una virgen, llamada Istahar,
que permaneció casta cuando los ángeles caídos le hicieron insinuaciones
lascivas, ella respondió: “Antes
prestadme vuestras alas!”. Ellos accedieron y ella voló al Cielo y se
acogió al Trono Sagrado de Dios quien la transformó en la constelación de Virgo.
Los
ángeles que perdieron sus alas quedaron varados en la Tierra hasta que muchas
generaciones después, bajaron por la escalera de Jacob y así volvieron a su
lugar de origen.
El
sabio y virtuoso Enoc también subió al Cielo, donde se convirtió en
el principal consejero de Dios, y desde entonces se le llamó Metatrón.
Advertido
por Dios de que se acercaba el Diluvio, Noé difundió la noticia entre la
humanidad, y predicaba el arrepentimiento a dondequiera que iba. Aunque sus palabras quemaban como
antorchas, la gente se burlaba de él: “¿Qué
es el Diluvio? Por grande que sea el Diluvio, nosotros somos tan altos que el
agua no podrá llegarnos al cuello; y si El abriese las compuertas nosotros las
cerraremos con nuestros pies.”
Dios
mismo diseñó el Arca, que tenía tres cubiertas y media, trescientos codos de
popa a proa, cincuenta de reglada y treinta de primera cubierta a quilla. Cada
cubierta estaba dividida en centenares de camarotes; la primera cubierta
alojaría a todos los animales salvajes y domésticos; la segunda a todas las
aves; y la tercera a todos los reptiles y además a la familia de Noé.
Debía
tomar siete parejas de animales de cada especie pura, dos de cada especie
impura y dos de cada animal que se arrastrase.
Noé
tardó cincuenta y dos días en construir el Arca.
Algunas
ánimas errantes también entraron en el Arca y se salvaron. Un par de monstruos,
y el Neem, que al ser demasiado
grande para un camarote, nadaba detrás, con el hocico apoyado en popa al lado
del gigante Og. Este era hijo de Hiya
y de la mujer que luego se casó con Cam y la que suplicó a Noé que mantuviera
la cabeza de Og fuera del agua dejándole que se asiese a una escala de cuerdas.
En agradecimiento, Og juró que sería esclavo de Noé que lo alimentó compasivamente
a través de una ventana.
Cuando
Noé se sintió desanimado en por su tarea, pregunto: “ Señor del Universo, ¿Cómo voy a realizar esta gran tarea?”. Inmediatamente
un ángel guardián de cada clase descendió del Cielo y, llevando una canasta
llena de pienso. Todos los animales fueron conducidos al arca de modo que cada
uno pareció haber ido guiado por su propia inteligencia natural. Llegaron el
mismo día en que murió Matusalén a la edad de novecientos sesenta y nieve años,
una semana antes de que comenzaría el Diluvio; y Dios designó a ese tiempo de
aflicción como un tiempo de gracia durante el cual la humanidad todavía podía
arrepentirse. Luego ordenó a Noé que se sentara junto a la puerta del Arca y
observara a cada criatura que se dirigía a él. Los que se agachaban en su
presencia debían ser admitidos y los que permanecían erguidos debían ser
excluidos.
El
Diluvio comenzó el día decimoséptimo del segundo mes, cuando Noé tenía
seiscientos años de edad. Él y su familia entraron debidamente en el Arca y
Dios mismo cerró la puerta tras ellos. Pero ni siquiera Noé podía creer que
todavía Dios pudiera destruir una obra tan magnífica y en consecuencia había
esperado hasta que las olas le cubrieran los tobillos.
La
aguas cubrieron rápidamente al Tierra. Setecientos mil malhechores se reunieron
alrededor del Arca y gritaban: “Abre la
puerta Noé y déjanos entrar”. Noé gritó desde dentro: “No os insté a que os arrepintieseis durante los últimos ciento veinte
años y no quisisteis escucharme”. Los otros trataron de derribar la puerta,
y habría volcado si una manada de lobos, leones y osos rechazados que trataban
también de entrar no hubieran despedazado a centenares de ellos y dispersando a
los demás. Cuando las Aguas de Abajo se elevaron, los malhechores primeramente
arrojaron los niños a los manantiales con la esperanza de obstruir la corriente
y luego subieron a árboles y colinas. Siguió lloviendo torrencialmente y pronto
la creciente levantó el Arca, hasta que por fin quedó flotando a quince codos
sobre las cumbres más altas, pero tan zarandeada por las olas que todo lo que
contenía era lanzado de un lado a otro.
Una
perla que colgaba del techo del Arca brillaba tranquilamente sobre Noé y su
familia. Cuando su luz palidecía, sabía que había llegado el día; cuando
brillaba, sabía que se acercaba la noche, y así nunca perdió la cuenta de los
sabats. Algunos dicen, que esa luz provenía de un libro que el arcángel Rafael
dio a Noé, encuadernado en zafiro, y que contenía todo el conocimiento de los
astros, el arte de curar y el dominio de los demonios.
Durante
los doce meses siguientes, ni Noé ni sus hijos durmieron, pues estaban
continuamente ocupados con sus tareas. Algunos animales estaban acostumbrados a
comer a primera hora del día o de la noche; otros en la segunda, tercera o
cuarta hora; cada uno esperaba el pienso que le correspondía: el camello
necesitaba paja; el asno, centeno. Pero según un relato, todos los animales,
aves, reptiles y el hombre subsistieron con un solo alimento: pan de higo.
Noé
suplicó: “!Señor del Universo, sácame de
esta prisión! Mi alma está cansada del hedor de los leones, osos y panteras”. En
lo que respecta al camaleón nadie sabía como alimentarlo, pero un día Noé abrió
una granada y salió de ella un gusano que devoró ese animal hambriento. Una
fiebre mantuvo a los dos leones enfermos durante todo el tiempo; no atacaban a
los otros animales y comían pasto como los bueyes.
Un
día al ver que el Fénix se hallaba
acurrucado en un rincón, Noé le preguntó: “¿Por
qué no has pedido comida? “
“ Señor, contestó, tu familia ya está bastante ocupada y no
quiero causarle molestias”.
Noé
bendijo al Fénix diciendo: “!Quiera Dios
que nunca mueras!”.
Noé
había separado a sus hijos de sus esposas y prohibido los ritos maritales;
porque mientras el mundo era destruido no debían pensar en llenarlo de nuevo.
Cuando
pasaron ciento cincuenta días, Dios cerró las compuertas del Cielo con dos
estrellas todas de la Osa Mayor.
Esta todavía persigue a las Pléyades por la noche gruñendo: “Devolvedme mis estrellas!”. Luego envió
un viento que hizo que las aguas se derramaran por el borde de la Tierra y el Diluvio fue
disminuyendo lentamente. El séptimo día del séptimo mes el Arca se asentó sobre
el monte Ararat. El día primero del décimo mes aparecieron las cumbres de otros
montes. Pasados cuarenta días más Noé abrió la claraboya que había hecho en el
Arca y ordenó al cuervo que saliera y trajera noticias del mundo exterior. El cuervo replicó insolentemente:
“Dios, tu señor, me odia, y tú también”.
No fueron sus órdenes “Toma siete de todos los animales puros y dos de los
impuros? ¿Por qué me eliges a mí para esta misión peligrosa cuando mi compañera
y yo somos solamente dos? ¿Por qué proteges a las palomas que son siete? Si yo
muriese de calor o de frío el mundo se quedaría sin cuervos.
Noé
envió la misma orden a una paloma, la cual, como no halló ningún árbol donde
posar la pata, se volvió al Arca. Siete días más tarde soltó otra vez la
paloma, que voló a él a la tarde trayendo en el pico una ramita de olivo.
Esperó otros siete días, y volvió a soltar la paloma, que ya no volvió más a
él. El primer día del primer mes Noé salió trepando por la claraboya y miró a
su alrededor. Sólo vio un vasto mar de barro que se extendía hasta las lejanas
montañas. Incluso la tumba de Adán había desaparecido. Hasta el día veintisiete
del segundo mes no secaron el viento y el sol este cenagal para que Noé pudiera
desembarcar.
Tan
pronto como sus pies tocaron la tierra tomó piedras y erigió un altar. Dios
bendijo a Noé y a su familia diciéndoles: “Procread
y multiplicaos, ¡Dominad todas las fieras de la Tierra y todas las aves del Cielo y todo cuanto
sobre la Tierra
se arrastra!.
E
instruyó la pena de muerte para todo hombre o animal que matara.
Dios
prometió que nunca más volvería a destruir a la humanidad. Luego puso el Arco
Iris sobre el firmamento y dijo: “Cuando vieres este arco luminoso sobre la Tierra recordaréis mi
promesa!”.
Noé
vivió trescientos cincuenta años más después del Diluvio y murió a la edad de
novecientos cincuenta años.
Puede que continue…………
No hay comentarios:
Publicar un comentario