lunes, 23 de marzo de 2015

EDUARDO VIII Y WALLIS SIMPSON: UNA CORONA POR AMOR.



Por la época de 1930, el Príncipe Eduardo VIII, futuro heredero a la corona británica era un hombre apuesto, extrovertido y un poco mujeriego. Era el personaje más elegante y seductor que la Familia Real había dado en siglos y su figura era muy apreciada a lo largo y ancho de todo el Imperio Británico.

Le gustaba alejarse de la vida de palacio y refugiarse a las afueras de Inglaterra, en su casa de Fort Belvedere, su refugio privado,  donde organizaba sus fastuosas fiestas y se sentía a salvo de miradas entrometidas.



En una fiesta privada en Leicestershire, Eduardo, de treinta y seis años, por entonces, Príncipe de Gales, conoció a la estadounidense Wallis Simpson, dos años más joven que él, y que llevaba casada tres años en segundas nupcias.

Wallis Simpson, nacida en Baltimor, Maryland, el 19 de junio de 1895, refinada pero sin recurso se casó por primera vez con un piloto de la Armada de EEUU, pero resultó un completo desastre. Tras largas separaciones y el alcoholismo de este el matrimonio acabó en divorcio.
Su segundo marido, Ernest Simpson, al que conoció en 1926, era un ejecutivo de transporte marítimo y fue con él cuando se presentó ante la sociedad inglesa.


En 1931, en una fiesta privada en la casa de Thelma Furness, amante por entonces del príncipe, acudió en calidad de amigos el matrimonio Simpson, estos fueron presentados a príncipe, en ese momento, Eduardo y Wallis fueron víctimas de un gran flechazo. Eduardo quedó profundamente enamorado de la sofisticada y divertida Wallis.
Organizaban fiestas constantemente para reencontrase, pasaban los meses y su relación se consolidaba. El marido de Wallis estaba al tanto al igual que la sociedad británica. El rey Jorge V, padre de Eduardo, estaba horrorizado, lo mismo que muchos miembros de la Corte, lo que provocó una crisis constitucional en la estricta y moralista sociedad británica.

Fue en el verano de 1934, durante un crucero  a Mallorca y la Rivera Francesa donde consolidaron su relación.

Eduardo VIII, después duque de Windsor, se convertirse en rey de Inglaterra tras la muerte de su padre, Jorge V, el 20 de enero de 1936.
En estas circunstancias, Eduardo se veía obligado a estar a la altura de las circunstancias. El nuevo rey se aferró a lo único que le hacía sentir seguro: Wallis.




Profundamente enamorado, albergó la idea de casarse con ella y convertirla en reina cuando accediera al trono, pero en su fuero interno sabía que esto nunca sucedería, el pueblo inglés jamás aceptaría en el trono a una americana divorciada.
Pero Eduardo no estaba dispuesto a coronarse rey sin su amada a su lado, por lo que tomó una decisión.


El 16 de noviembre de 1936, el nuevo rey comunica a el Primer Ministro, su deseo de convertir a la señora Simpson en su esposa, una vez que esta se haya divorciado de su segundo marido. La reacción política fue inmediata debido a que Eduardo, como rey, es el Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra esta condenaría su matrimonio por la condición civil de Wallis. Desesperado, el primer ministro intentó lo que él consideraba una decisión salomónica y propuso como alternativa un matrimonio morganático, según el cual podría mantenerse como rey, pero Wallis no se convertiría en reina. A Wallis se le otorgaría un título menor en su lugar y los hijos que tuvieran no heredarían el trono. Esta solución también fue rechazada por el gobierno, por lo que el rey se ve obligado finalmente a desistir en su empeño.

Después de 325 días de reinado, Eduardo tomó una decisión que cambió el rumbo de la realeza europea. Unas horas después los británicos escucharon atónitos un emotivo discurso emitido por la BBC.

  "Hace unas horas he cumplido con mi último deber como Rey y Emperador. Ahora que mi hermano me ha sucedido, mis primeras palabras son para reconocerlo como mi soberano. Lo hago de todo corazón... Deben creerme cuando les digo que se me ha hecho imposible portar el pesado fardo de responsabilidades y asumir mis deberes de Rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo".


Así, su hermano tomó (por obligación, que no por devoción) el relevo de su hermano bajo el nombre de Jorge VI, (padre de la actual reina Isabel II) y Eduardo pudo empezar su nueva vida junto a la mujer que amaba.

Eduardo VIII vio cumplido su deseo de casarse con Wallis Simpson el 3 de junio de 1937. La ceremonia, a la que sólo asistieron 16 personas, sus amigos más cercanos, tuvo lugar en el castillo francés de Cande, en la localidad francesa de Touraine. A la boda no asistió ningún miembro de la Familia Real por orden expresa del nuevo rey, Jorge VI, que no le perdonaba haber elegido a la divorciada americana por encima de su deber hacia la corona británica.
Ya convertidos en marido y mujer, y luciendo su nuevo título de Duques de Windsor, con tratamiento de Alteza Real para él pero no para ella, lo que siempre les causó un gran disgusto.


Durante sus primeros años de matrimonio aprovecharon para viajar por todo el mundo sin escatimar en gastos, al estar ya libres de obligaciones oficiales embarcándose en una vida de lujo, fiestas y glamour en todos los lugares donde se reunía la alta sociedad de la época.
Fueron la pareja de moda más solicitada, e incluso se alzaron como icono de estilo creando tendencias tan duraderas que ha llegado hasta nuestro días con su nombre.
No hay que olvidar que él creó el denominado ‘nudo Windsor’ de la corbata y fue el primero en poner de moda entre los caballeros el tartán escocés conocido como ‘Príncipe de Gales’. También puso de moda los ‘Brogues’, los zapatos con agujeritos en sus remates que los campesinos usaban para facilitar su secado tras efectuar las labores del campo en terrenos húmedos, el pantalón con vuelta hacia abajo y popularizó las chaquetas cruzadas.



La pareja siempre estaba junta, nunca tuvieron hijos, pero permanecieron felizmente casados durante 35 años hasta la muerte del duque, provocado por un cáncer de gargantea el 28 de mayo de 1972 en su residencia de Paris a los 77 años de edad, dejando a Wallis desconsolada y sola. Ella le sobrevivió 14 años más, murió muy deteriorada y con demencia senil el 24 de abril de 1986. A su muerte, Isabel II ordenó que sus restos mortales descansaran junto a su marido en el cementerio real.

Lo suyo fue una amor de entrega y sacrificio, elevado a su máxima expresión con renuncia al trono incluida, y en contra a toda la familia real, una pareja que vivió en el exilio y de espaldas a la monarquía inglesa.
Una relación no exenta de polémica y que cambió el curso de la historia actual, ya que si Eduardo no hubiera renunciado al trono, la actual reina Isabel II jamás se hubiera coronado y nunca hubiera podido celebrar su Jubileo de Diamante.
Un amor que pasará a los anales de la historia como la prueba de amor más generosa jamás vista.


                                                                         Fiat Lux.



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