Por
la época de 1930, el Príncipe Eduardo VIII, futuro heredero a la corona británica
era un hombre apuesto, extrovertido y un poco mujeriego. Era el personaje más
elegante y seductor que la Familia Real
había dado en siglos y su figura era muy apreciada a lo largo y ancho de todo
el Imperio Británico.
Le
gustaba alejarse de la vida de palacio y refugiarse a las afueras de
Inglaterra, en su casa de Fort Belvedere, su refugio privado, donde organizaba sus fastuosas fiestas y se
sentía a salvo de miradas entrometidas.
En
una fiesta privada en Leicestershire, Eduardo, de treinta y seis años, por
entonces, Príncipe de Gales, conoció a la estadounidense Wallis Simpson, dos
años más joven que él, y que llevaba casada tres años en segundas nupcias.
Wallis
Simpson, nacida en Baltimor, Maryland, el 19 de junio de 1895, refinada pero
sin recurso se casó por primera vez con un piloto de la Armada de EEUU, pero resultó
un completo desastre. Tras largas separaciones y el alcoholismo de este el
matrimonio acabó en divorcio.
Su
segundo marido, Ernest Simpson, al que conoció en 1926, era un ejecutivo de
transporte marítimo y fue con él cuando se presentó ante la sociedad inglesa.
En
1931, en una fiesta privada en la casa de Thelma Furness, amante por entonces
del príncipe, acudió en calidad de amigos el matrimonio Simpson, estos fueron
presentados a príncipe, en ese momento, Eduardo y Wallis fueron víctimas de un
gran flechazo. Eduardo quedó profundamente enamorado de la sofisticada y
divertida Wallis.
Organizaban
fiestas constantemente para reencontrase, pasaban los meses y su relación se consolidaba.
El marido de Wallis estaba al tanto al igual que la sociedad británica. El rey
Jorge V, padre de Eduardo, estaba horrorizado, lo mismo que muchos miembros de la Corte , lo que provocó una
crisis constitucional en la estricta y moralista sociedad británica.
Fue
en el verano de 1934, durante un crucero
a Mallorca y la Rivera Francesa
donde consolidaron su relación.
Eduardo
VIII, después duque de Windsor, se convertirse en rey de Inglaterra tras la
muerte de su padre, Jorge V, el 20 de enero de 1936.
En
estas circunstancias, Eduardo se veía obligado a estar a la altura de las
circunstancias. El nuevo rey se aferró a lo único que le hacía sentir seguro:
Wallis.
Profundamente
enamorado, albergó la idea de casarse con ella y convertirla en reina cuando
accediera al trono, pero en su fuero interno sabía que esto nunca sucedería, el
pueblo inglés jamás aceptaría en el trono a una americana divorciada.
Pero
Eduardo no estaba dispuesto a coronarse rey sin su amada a su lado, por lo que
tomó una decisión.
El
16 de noviembre de 1936, el nuevo rey comunica a el Primer Ministro, su deseo
de convertir a la señora Simpson en su esposa, una vez que esta se haya divorciado
de su segundo marido. La reacción política fue inmediata debido a que
Eduardo, como rey, es el Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra esta condenaría su
matrimonio por la condición civil de Wallis. Desesperado, el primer ministro
intentó lo que él consideraba una decisión salomónica y propuso como
alternativa un matrimonio morganático, según el cual podría mantenerse como
rey, pero Wallis no se convertiría en reina. A Wallis se le otorgaría un título
menor en su lugar y los hijos que tuvieran no heredarían el trono. Esta
solución también fue rechazada por el gobierno, por lo que el rey se ve
obligado finalmente a desistir en su empeño.
Después
de 325 días de reinado, Eduardo tomó una decisión que cambió el rumbo de la
realeza europea. Unas horas después los británicos escucharon atónitos un emotivo
discurso emitido por la BBC.
"Hace
unas horas he cumplido con mi último deber como Rey y Emperador. Ahora que
mi hermano me ha sucedido, mis primeras palabras son para reconocerlo como mi
soberano. Lo hago de todo corazón... Deben creerme cuando les digo que se
me ha hecho imposible portar el pesado fardo de responsabilidades y asumir
mis deberes de Rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo".
Así,
su hermano tomó (por obligación, que no por devoción) el relevo de su hermano
bajo el nombre de Jorge VI, (padre de la actual reina Isabel II) y Eduardo pudo
empezar su nueva vida junto a la mujer que amaba.
Eduardo
VIII vio cumplido su deseo de casarse con Wallis Simpson el 3 de junio de 1937.
La ceremonia, a la que sólo asistieron 16 personas, sus amigos más
cercanos, tuvo lugar en el castillo francés de Cande, en la localidad
francesa de Touraine. A la boda no asistió ningún miembro de la Familia Real por
orden expresa del nuevo rey, Jorge VI, que no le perdonaba haber elegido a la
divorciada americana por encima de su deber hacia la corona británica.
Ya
convertidos en marido y mujer, y luciendo su nuevo título de Duques de Windsor,
con tratamiento de Alteza Real para él pero no para ella, lo que siempre les
causó un gran disgusto.
Durante
sus primeros años de matrimonio aprovecharon para viajar por todo el mundo sin
escatimar en gastos, al estar ya libres de obligaciones oficiales embarcándose
en una vida de lujo, fiestas y glamour en todos los lugares donde se reunía la
alta sociedad de la época.
Fueron
la pareja de moda más solicitada, e incluso se
alzaron como icono de estilo creando tendencias tan duraderas que ha llegado
hasta nuestro días con su nombre.
No
hay que olvidar que él creó el denominado ‘nudo Windsor’ de la corbata y
fue el primero en poner de moda entre los caballeros el tartán escocés conocido
como ‘Príncipe de Gales’. También puso de moda los ‘Brogues’, los zapatos con
agujeritos en sus remates que los campesinos usaban para facilitar su secado
tras efectuar las labores del campo en terrenos húmedos, el pantalón con vuelta
hacia abajo y popularizó las chaquetas cruzadas.
La
pareja siempre estaba junta, nunca tuvieron hijos, pero permanecieron felizmente
casados durante 35 años hasta la muerte del duque, provocado por un cáncer de
gargantea el 28 de mayo de 1972 en su residencia de Paris a los 77 años de edad,
dejando a Wallis desconsolada y sola. Ella le sobrevivió 14 años más, murió muy
deteriorada y con demencia senil el 24 de abril de 1986. A su muerte, Isabel
II ordenó que sus restos mortales descansaran junto a su marido en el cementerio
real.
Lo
suyo fue una amor de entrega y sacrificio, elevado a su máxima expresión con
renuncia al trono incluida, y en contra a toda la familia real, una pareja que
vivió en el exilio y de espaldas a la monarquía inglesa.
Una
relación no exenta de polémica y que cambió el curso de la historia actual, ya
que si Eduardo no hubiera renunciado al trono, la actual reina Isabel II jamás
se hubiera coronado y nunca hubiera podido celebrar su Jubileo de Diamante.
Un
amor que pasará a los anales de la historia como la prueba de amor más generosa
jamás vista.
Fiat Lux.
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